En el mes de julio de 2021 cumplimos cincuenta años de graduados en el querido Colegio San Ignacio de Loyola de Caracas, una cifra que viene cargada de recuerdos, experiencias y aprendizajes de uno de los períodos más importantes de nuestras vidas.
El San Ignacio de Loyola representaba la mejor educación disponible para aquel momento en Venezuela, pues estaba dotado a objeto de complementar sólidamente la formación y el desarrollo integral que dentro de los hogares nos ofrecían nuestros padres y familias.
El colegio de jesuitas les prometía un entorno y una comunidad deseables a los alumnos, al estar provisto de los mejores y más capacitados maestros y profesores, en buena parte, sacerdotes de la Compañía de Jesús y religiosas de la congregación Esclavas de Cristo Rey, quienes nos educaron dentro de la fe y la práctica de los valores cristianos, junto a otros docentes seglares, seleccionados entre las grandes alternativas para el momento.
Esto resultaba ideal en un país que transitaba hacia la democracia y en el que ya se podían constatar prometedores avances en un sostenido desarrollo en materia de industria, tecnología, servicios públicos, y por supuesto, en educación.
De esas aulas habían egresado destacadas personalidades en diversas áreas de la vida nacional que inspiraban, en buena medida, a nuestros representantes en la búsqueda de la oportunidad para que iniciáramos nuestros estudios en aquel prestigioso colegio.
El San Ignacio de Loyola nos ofrecía, sin excepción, todas las posibilidades para promover nuestro desarrollo hacia una adultez como hombres de bien, propiciaba el crecimiento intelectual y espiritual, la responsabilidad, la compasión, entre muchos otros valores, enmarcado todo ello en la doctrina y tradición jesuítica, dedicada por siglos a la educación católica de jóvenes en el orbe.
Todo aquello imprimió en nosotros una forma de ser y comportarnos, reconocible en la mayor parte de nuestro grupo, como la de una generación moldeada para llevar adelante al país en su próxima etapa de desarrollo ascendente.
En esos pasillos, aulas y campos deportivos o en un debate en clases o compitiendo en algún equipo con los colores del Loyola forjamos, seguramente, nuestras más cercanas amistades, nacidas de la espontaneidad; había intereses o particularidades circunstanciales, pero estaban más allá de los que ocupaban nuestras mentes y atención de niños y adolescentes, durante aquellas recordadas y placenteras horas de recreos y esparcimiento intercaladas con nuestras actividades educativas.
En el colegio conocimos el valor de la amistad y sus implicaciones, las consecuencias y resultados de las buenas y no tan buenas acciones, sus repercusiones en nosotros mismos y en nuestras circunstancias; supimos percibir y compartir los sentimientos, preocupaciones y alegrías de los compañeros más cercanos; comprendimos la necesidad de ser compasivos, el significado de la justicia en la interacción con el prójimo en general; aprendimos a practicar y mantener el respeto y la consideración por los mayores, por las personas cultas y sabias que ponen sus recursos al servicio de los demás, y desarrollamos la capacidad de reconocer y enmendar los errores, de ser humildes y no vanagloriarnos con los éxitos.
En esa casa nuestra, donde pasábamos gran parte del devenir cotidiano, algunos durante un máximo de trece años, desde 1958 hasta 1971, de la que egresarían con la distinción de Senior, otros por períodos más breves, éramos todos parte de una institución que nos iba modelando de forma ininterrumpida de diferentes maneras, para luego, al final del día, llegar al hogar con un extenso material que nuestros padres y familias observaban, analizaban y complementaban o, en ocasiones, cuestionaban, en un proceso largo y complejo que terminaría con nuestra graduación como bachilleres de la República.
Cuando nos dieron los títulos, en 1971, habíamos dejado atrás nuestra infancia y pubertad; si bien no estábamos perfectamente definidos en cuanto a inclinaciones y aspiraciones profesionales, contábamos con un bagaje y un rumbo para enfrentar, de la mejor manera posible, los retos y situaciones que nos esperaban de allí en adelante.
Éramos jóvenes adultos, un compendio del esfuerzo sostenido de los padres jesuitas del colegio y de nuestras familias, un binomio sinérgico vital, y además, estábamos acompañados por un grupo de amigos, expectantes todos, ante los retos de carreras universitarias y posibles trabajos.
Este legado merece nuestro más sincero agradecimiento y reconocimiento, en especial por el balance positivo final producido en nosotros.
A pesar de posibles vicisitudes y apreciaciones de variada connotación que hayan estado presentes en cada uno de nosotros durante la vida colegial, fuimos formados dentro de los más altos estándares existentes.
Hoy, afortunadamente, vemos el fruto de parte de ese legado en muchos de nosotros como las ramas de un árbol que ha crecido fuerte y frondoso… Y está en nuestras familias, en nuestros emprendimientos, en el entorno que hemos construido; sin importar las circunstancias del presente, ni la situación país que nos ha tocado vivir, parte de lo que somos se lo debemos a esos importantes años juntos, en plena formación.
Nos abocamos a la elaboración de este libro con alegría, ilusión, compañerismo y valoración de lo que representaría para nosotros, nuestras familias y para cualquier lector, como muestra e identificación de toda una comunidad de amigos con características y rasgos comunes y susceptibles de presentarse con un mismo rostro ante la sociedad y el país.
Estas páginas son el producto principalmente de la voluntad, agrado y espontaneidad de muchos compañeros que expresaron sentimientos, recuerdos, amistad y solidaridad a través de las semblanzas que escribieron sobre sus pares y que acompañaron con un conjunto de relatos, anécdotas y experiencias que retratan lo que significa pertenecer a un grupo de antiguos y buenos amigos, y la importancia que eso tiene para contribuir con el logro de una vida integralmente saludable.
Hemos tratado de acompasar esta muestra de nuestra trayectoria, a lo largo de esos trece años, con los más relevantes hechos históricos ocurridos en el entorno nacional venezolano y con algunas referencias importantes a nivel internacional, dibujando en cierta medida el país que encontramos, por el que transitamos y con el que soñábamos cuando salíamos de las aulas de nuestro Colegio San Ignacio de Loyola.
No podríamos dejar pasar el 31 de julio de 2021 sin recordar, con nostalgia pero también con alegría, a nuestros compañeros fallecidos, algunos prematura y trágicamente, y en particular, a los últimos que nos han dejado, víctimas de esta terrible pandemia de la COVID19 que ha impactado a la humanidad entera.
Rogamos a nuestra Virgen del Colegio y a nuestro patrón y modelo, San Ignacio de Loyola, que nos permita seguir reunidos junto al fuego con nuestro Señor Jesucristo, tal como cantábamos en los retiros y excursiones del Centro Excursionista Loyola.
Comité Organizador del Cincuentenario de la Promoción San Ignacio de Loyola de Caracas 1971
Descargue el libro conmemorativo de los 50 años de la promoción de bachilleres del Colegio San Ignacio de Caracas.
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